sábado, 28 de enero de 2012

The Border Guard-Joel Ben Izzy

There was once a Swiss guard who worked at the border of Austria. He had worked at the border of Austria. He had worked there for many years and took great deal of pride in his work.

One morning an Austrian man arrived at the border, riding a bicycle. On the front of the bike was a basket filled with sand. Another guard might have simply waved him through, but the Swiss guard did not. Instead, he brought out a special comb he kept for just such a purpose and began to sift through the sand in the basket. You see, he suspected the Austrian might be a smuggler. Finding nothing but sand, however, he waved the man through.

The same thing happened the next day, and the day after that. Though he never found anything, he kept on looking day after day for thirty years. Finally, one day, the Swiss guard spoke to the Austrian man. “ I must ask you a question, he said, “that has been on my mind many years. This is my last day of work.

Today I shall retire. And all these, I suspect you have been a smuggler. Now I ask you, for I must know- are you indeed a smuggler?’ The Austrian man hesitated, and the Swiss guard reassured him. “Do not worry- I give you my word of honor that I will not prosecute you. But I must know.” “Very well,” said the Austrian.”Then I will tell you- I am indeed a smuggler.” “Ah-ha!” said the guard.” I knew it! But each day I look through your basket and find nothing but son, Tell me, Please, what have you been smuggling?”
 
“Bicycles.”

martes, 3 de enero de 2012

Ruta de tabernas madrileñas - Capítulo I

Ahora no recuerdo cómo ni porqué se me ocurrió la idea de hacer una ruta de tabernas, pero cuando la sugería entre mis amigos, todos se querían apuntar. La pena es que es un plan que todavía  no he llevado a cabo, pero me ha servido para darme cuenta de que esta vieja tradición se ve perpetuada al pasar de los siglos.

Aún hoy, en pleno siglo XXI, en plena era en que los bits de información vuelan hasta nuestros smartphones (o telefónos inteligentes), en que viajamos en el transporte público conectados a un mp3, un ipad, un e-book, o similar (aunque yo diría que más bien viajamos desconectados del mundo que nos rodea); pues bien, aún hoy, pervive esta ancestral costumbre del vermú, de las cañas bien tiradas, del reclamar (si es necesario) esa tapita que alegre nuestra bebida.

Es por eso que me decidí a investigar y para ello entré en internet (valga la ironía), y hete aquí que me desbordó la cantidad de información. Aquí traslado parte de lo que una página (que ahora mismo no recuerdo) contaba. Valga este capítulo, como introducción a otros que seguirán contando más en detalle todos (o casi todos) los establecimientos que todavía hoy sobreviven en Madrid y que pertenecen a esta casta tan noble, que son las tabernas o tascas.

En la tasca tradicional nadie te mete prisa. Puedes conocer gente, desarrollar tu ingenio, aprender de los más viejos, oír a la vecindad. Todo en la vida tiene sus momentos, excepto las tabernas que son para toda la vida.   

La taberna es la institución popular más encantadora desde que Mojamed Ibn Abderraman fundó la villa de Mayrit. Las alojerías, donde se vendía el preciado cocimiento de hierbas endulzado y enfriado, pasaron a ser tabernas en la era cristiana, y desde entonces los madrileños hemos sabido encontrar en las tascas un lugar para el encuentro, para la charla amable, para la sonrisa y el tentempié reconstituyente.

Las tascas típicas madrileñas que hoy todavía podemos admirar se crearon entre los años ochenta del siglo XIX y los años veinte del siglo XX. Tenían unas características comunes: las puertas y los cuarterones eran de sólida madera pintada de rojo oscuro, el color del vino tinto. Un rótulo, de madera o de vidrio pintado por el envés, anunciaba el nombre del tabernero y el número de la calle. Los establecimientos se llamaban: Casa Paco, Casa Matías, Casa Carmencita,... Eran tiempos en que los hispánicos aún teníamos un cierto orgullo y no poníamos los letreros en inglés, como se suele hacer ahora. Los locales eran de tamaño reducido. Los interiores se amueblaban con mesas redondas de nogal, bancos corridos y taburetes. Los zócalos eran de buena madera labrada o de azulejo, con una pequeña repisa en su parte superior. El mostrador se coronaba con una pila de estaño donde corría el agua para mantener limpios los vasos y frescas las frascas de vino. Una vez usados, los vasos se lavaban en una cubeta llamada lebrillo. De la hermosa grifería manaban la cerveza, el vermú, el agua carbonatada,... Casi todas las tascas fabricaban su propia agua con gas y muchas aún conservan la típica bombona plateada llamada saturadora de seltz. Otros elementos característicos eran las columnas de forja, los cristales y espejos grabados al ácido, los anaqueles repletos de viejas botellas, el reloj de pared o la espectacular máquina registradora.

En la década segunda del siglo veinte se pusieron de moda los azulejos, y hubo grandes artistas que nos legaron espléndidos murales, como los que aún perviven en Villa Rosa, Viva Madrid, La Zamorana o Rosell. Entre los maestros del azulejo hay que recordar a Alfonso Romero, Enrique Guijo, Mensaque, Caballero, Ginestal, Blanco,...


Muchas glorias literarias se inspiraron en las tabernas, Machado frecuentaba las buenas tascas de Madrid, como Casa Angel, hoy conocida como “El Comunista”, o “Vinos el Dos”, en la calle de Sagasta. 


Ortega y Gasset, que tras impartir sus clases en la Universidad Central solía pasarse por El Cangrejero a tomarse un aperitivo, animaba a Valle-lnclán a seguir disfrutando del callejeo y el taberneo: 

“Apure usted todo lo que pueda lo noche madrileña. Es ya la única noche que queda en el mundo."


Uno se imagina al bueno de Miguel Hernández escribiendo apasionadamente en la mesa que hay justo a la izquierda de la entrada en Casa Carmencita, en la calle Libertad. Y es que Carmencita era como el segundo hogar de la Generación del 27, porque allí cenaban, entre otros, Lorca, Alberti y Neruda. En la inveterada tasca de Antonio Sánchez se reunían Pio Baroja, Sorolla, Zuloaga, Julio Camba y Cossío; grupo que también cenaba a veces en Casa Ciriaco. En Ciriaco era el pintor Zuloaga quien dirigía la reunión, a la que también asistían Ortega y Gasset, EI fotógrafo Gyenes, Severo Ochoa y un plantel de políticos y periodistas. Otro poeta, José Bergamín, tenía su segundo hogar en la taberna del Alabardero.