viernes, 25 de septiembre de 2015

A veces la vida te desvía un poco

La belleza es la apreciación, la sensibilidad a las cosas que a uno lo rodean: la naturaleza, la gente, las ideas.
(J. Krishnamurti)
A veces la vida te desvía un poco de lo que parece tu camino para mostrarte simplemente la belleza.
Había quedado con unos amigos en la salida del metro de Sol, la que da a la calle Mayor, y cuando llegué, tardé en verlos porque estaba en el otro lado de la boca.
Mientras esperaba, pude ser testigo de una escena que no me pasó desapercibida por la pureza que destilaba.
En la Puerta del Sol puedes ver de casi todo; desde un artista que pinta en un minuto una escena de un bosque de noche sobre un cristal, hasta un grupo de mariachis cantando "El mariachi loco". Y gente, mucha gente; de todo tipo: bajitos, altos, que chillan, que se van comiendo un helado, rubios, con calcetines y sandalias, que esperan, con cara de despistados, de listillos, a verlas venir...
Pero ese día destacaba, por un brillo especial que luego descubrí por qué era, una chica de tez blanca y melena castaña que miraba de vez en cuando su reloj y que supuse estaba esperando a alguien, como la mayoría de los que estábamos parados por allí.
Era delgada y su ropa delataba que le gustaba cuidar el detalle.
Me despisté un momento mirando a un artista de esos que parecen flotar en el aire por arte de magia y cuando volví a mirar a la chica, como una amapola en medio de un trigal, su tez sonrosada brillaba. Miraba hacia el suelo y sonreía de una manera medio boba.
Acertó a levantar la  mirada y dirigirla hacia un punto que estaba un poco más a mi derecha. Al girarme, pude ver a un chico alto, bien vestido, "guapete", que se dirigía hacia ella.
Como si estuviera tratando de cruzar un río, parecía no poder hacerlo en línea recta e iba esquivando a todas las personas que se le cruzaban por delante. Incluso, yo diría que prolongó más la situación, driblando innecesariamente a algún transeúnte que no estaba en su camino.
Mientras tanto, la chica bajaba y subía la mirada y reía cada vez que el chico esquivaba a una persona.
Cuando llegó hasta donde estaba ella, el saludo fue tímido; dos rápidos besos en la cara, acompañados de unas risillas nerviosas sin llegar a mirarse directamente.
Él era más alto que la chica y ella miraba con timidez de vez en cuando hacia arriba. Él hacía un gesto como si estuviera esperando a alguien más, pues miraba alrededor, como buscándolo.
Después de un rato de no sé si mucha conversación, pero sí muchos nervios, los perdí entre la multitud.
Yo encontré a mis amigos, que estaban desde hacía rato esperándome, e imaginé cómo, en algún momento de la tarde, esta tierna pareja atinó a cogerse de la mano y, quién sabe, si a darse su primer beso.